Carta 14
Un paso más hacia la felicidad: el sano egoísmo
«El egoísmo no consiste en vivir como uno cree que ha de vivir, sino en exigir a los demás que vivan como uno.»
Oscar Wilde
Querido jefe:
Puede sonarte mal lo que te voy a decir (sobre todo si, como creo, te han educado igual que a mí), pero tal como lo pienso te lo digo: en determinados momentos de la vida es bueno ser egoísta. Y voy a serlo.
Mejor dicho, necesito serlo, porque el egoísmo bien entendido es una pieza clave para esa resignificación de mi persona que te comentaba en mi última carta y para la redefinición de mi vida en general (que es de lo que te hablo desde la primera).
En la medida en que uno se va redefiniendo, resignificando y convirtiéndose en persona, lo que hace es redefinir también su posición respecto a los demás. Dicho de otra manera: psicológicamente tu posición se mueve, cambia, se desplaza, se ubica de manera que los demás, para seguir viéndote, deben quizá también moverse y cambiar de perspectiva.
Por lo que en el proceso de convertirte en persona existe la posibilidad de que aquellos con los que te has venido relacionando no te entiendan, no apoyen el cambio, no lo acepten, y que incluso piensen que te has vuelto loco.
Porque para los que creen que el cambio no es posible, que la terapia no sirve, que la vida es y será durá, que uno no puede llegar a definir la dirección de su propia vida, que el mundo siempre ha sido así, que renuncies a la utopía... para ellos es una mala pasada ver que sí es posible. Es un torpedo directo a la línea de flotación de sus creencias fundamentales. Y, claro, es normal que te persigan y te machaquen con el «¡no se puede, pierdes el tiempo, eres un iluso!» o con el (por todos conocido) «me acabarás dando la razón».
Si se da esta situación, recuerda que hay una cosa que ni siquiera Dios puede hacer: gustar a todo el mundo.
Hay un momento de la vida en el que, si te mueves y perseveras en el camino de la autorrealización (de la felicidad, del éxito, de la prosperidad, de la iluminación... como quieras llamarlo), te debe importar muy poco si te entienden o no. Basta con que te entiendas tú. Con eso es suficiente.
El egoísmo se puede definir como la atención y el interés exaltado hacia la propia persona. Porque el sufijo -ismo se aplica a sustantivos que significan, por un lado, sistema, y por otro, fuerte inclinación o preferencia.
Luego ser un egoísta implica quererse, interesarse por uno, preferirse... ¿Y hay algo de malo en eso? ¿Es acaso malo que en determinados momentos de la vida uno sea sanamente egoísta? ¿Es malo empezar a ser egoísta para dejar de vivir con el techo a dos palmos de altura?
Quizás en ese egoísmo, que no tiene nada que ver con la avaricia, la manipulación o la mezquindad, está la clave de la redefinición personal. Porque siendo egoístas dejaremos de pensar en términos de «¿qué dirán?, ¿qué me harán?, ¿me dejarán?, ¿me aceptarán?, ¿les gustaré?, ¿me querrán?».
Sólo cuando uno finalmente se convierte en una persona conscientemente competente y sanamente egoísta toma sentido la frase «amarás a los demás como a ti mismo», porque sólo cuando te consideras, te respetas y te amas de verdad eres capaz de amar a otros de verdad.
Luego el egoísmo es, finalmente, condición indispensable para ser uno mismo o una misma, para mostrarse, para marcar límites a aquellos que se nos suben a cuestas, que nos hacen sentirnos como objetos. Sólo siendo sanamente egoístas podemos redefinir nuestra vida y restar poder a los «impulsores» que nos someten (¿recuerdas?: complace, sé perfecto, esfuérzate, date prisa, sé fuerte, ten cuidado).
¡Qué sano es, en determinados momentos de la vida, ser egoísta! Para tener tiempo y energía suficientes para dar lo mejor de ti a los que quieres, por ejemplo: a tus hijos, a tu pareja, a tus amigos de verdad, a aquellos que en verdad sientes que lo necesitan... Por cierto, como en toda regla, aquí hay una excepción: si hay hijos en escena, no se admite el egoísmo, porque los hijos son el mayor compromiso que el ser humano puede tener.
Y es precisamente por ellos que a menudo merece la pena tener el coraje que supone ser «sanamente egoísta» y redefinir la propia vida. Ello genera beneficios directos como son poder gozar de mayor tiempo en su compañía o asumir su educación con mayor dedicación. Aunque lamentablemente y a menudo los hijos son utilizados como la excusa ideal para frenar o retrasar un cambio de vida. El argumento esgrimido empieza con frases del tipo: «Como tengo que mantenerlos, no puedo jugármela» o la tan repetida «Quiero que no les falte de nada» cuando a menudo, curiosamente, lo que más les falta es la presencia, atención y caricias de sus propios padres. Y así van las cosas... Precisamente si hay algo por lo que merece realmente la pena plantearse seriamente ser egoísta es por el bienestar de nuestros hijos.
En cierta ocasión me dijo un buen amigo, con tremendo sentido común: «Si sigues haciendo lo que estás haciendo, seguirás obteniendo lo que estás obteniendo. Para conseguir algo nuevo o diferente, debes hacer algo nuevo o diferente». Y yo añadiría: «Con sano egoísmo».
Recibe un fuerte abrazo y una invitación a ser sanamente egoísta.
Álex
P. D. Oscar Wilde dijo: «Amarse a uno mismo es el comienzo de un eterno romance».
Y el doctor Claudio Casas lo dejó por escrito en su imprescindible libro La paleta del pintor:
Trabas imaginarias, prejuicios, rigideces e inhibiciones nos privan de nuestra espontaneidad, de nuestra respuesta hábil, de nuestra capacidad de fluir y de ser tal cual somos. De registrar y atender nuestras necesidades... y dejar ser a los demás...
¡Para qué la vamos a hacer sencilla si la podemos complicar! (...)
Así sufrimos, nos apagamos, envejecemos...
Un poco de obviedad, un poco de simpleza, un poco de practicidad pueden orientarnos.
¿Qué tal si cuando no quieres, dices que no; cuando te hace daño, lo dejas; cuando necesitas pedir, lo pides; cuando quieres dar, se lo das; y cuando quieres llorar o gritar, lo dejas salir?
¿Qué tal si cuando quieres comunicarte, te abres? ¡Y cuando estás contento, te ríes!
¿Qué tal si cuando ves al otro, lo aceptas como es, sin rotularlo?
¿Qué tal si te quedas aquí y ahora, lo único real, en donde hay tanto que no requiere ni del pasado ni del futuro?
¿Qué tal si te das a tu esencia y te dejas Ser verdadero?
Sublime...
¡Gracias, Claudio!