El que se erige en juez de la verdad y el conocimiento es desalentado por las carcajadas de los dioses.
Según explica el divulgador Eduard Punset en uno de sus artículos, nuestro cerebro hace una división automática entre «nosotros» y «ellos», utiliza la mayor parte de la energía que recibe para imaginar y predecir. Todo ello crea divisiones y límites que nos separan de los «otros», cimentando prejuicios y miedos, a partir de temores instintivos, para mantenernos alerta ante los que no forman parte de nuestra «tribu».
Estos prejuicios y fobias forman parte de nuestra cultura cotidiana. Los encontramos en los que sienten verdadera pasión por un equipo y odian al rival, hasta en quienes evitan a una persona solo por su sexo o su color de piel.
Según la biología, esta es una función natural en muchos animales y que sirve para proteger la manada y marcar territorio. En los seres humanos son sentimientos viscerales que nos hacen emitir juicios de valor, a menudo injustificadamente.
Las mismas hormonas que segregamos cuando hacemos un esfuerzo físico al competir se disparan cuando animamos a nuestro equipo. Repercuten en nosotros tanto física como psicológicamente, haciéndonos reaccionar de forma emocional.
Sin embargo, el ser humano debe aspirar a ser algo más que un animal que se guía por sus miedos e instintos.
Solo nuestra capacidad de observar, analizar y decidir con conciencia puede desvincularnos de esos impulsos que ya no tienen razón de ser en nuestra especie.
Tomado del libro:
Einstein para despistados
85 soluciones atómicas para problemas
relativamente graves
Allan Percy
Fotografía de Internet