‘Seguro, señor’, dijo el joven oficial con entusiasmo. ‘Lo que usted diga, señor’. ‘Muy bien’, dijo el coronel. ‘Ahora, la prueba es muy sencilla. Tiene dos partes: primero, deberá desplazarse al mercado del pueblo, donde deberá agarrar a la primera mujer que vea, arrancarle el velo y besarla de lleno en los labios. Éste es un procedimiento bastante peligroso, pues los hombres aquí son muy celosos de sus mujeres y siempre llevan consigo unos cuchillos temibles. Así que deberá besar a la mujer y emprender la retirada. Después tendrá que ir a la selva y allí dispararle entre los ojos al primer tigre que vea. Lo deberá matar con sólo un tiro, justo entre los ojos. Entendido?’
‘Sí, señor’, contestó el alférez’. Enseguida, el coronel le entregó al joven oficial un rifle con un tiro, un solo tiro. El valiente joven saludó, dio media vuelta y desapareció.
Una semana más tarde el coronel oyó un rasguñar en su puerta. Le gritó a quien fuera que entrara: la puerta se abrió lentamente y una figura se desplomó sobre el tapete. iEra Skiffington-Smythe! Magullado, amoratado, golpeado y sangrando por una docena de heridas, se arrastró por el piso, se incorporó dolorosamente al pie del escritorio del coronel, saludó débilmente y jadeante preguntó: ‘Bien, señor... dónde está la mujer a la que tengo que dispararle entre los ojos?’
FUENTE: OSHO: ‘El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos’, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 135