Al nacer, sólo somos seres humanos. Este temperamento, que al principio es idéntico o parecido a millones de otros, con la experiencia, la historia personal, nos transforma en el individuo que cada uno de nosotros va a ser.
Individuo quiere decir indiviso, alude a la unidad que cada uno de nosotros es, pero también quiere decir único, en el sentido de especial.
Seres humanos somos todos “de nacimiento”, y como seres humanos tenemos ciertas características comunes: un corazón con dos aurículas, dos ventrículos, un cerebro, etc. Pero como individuos, hay cosas que son únicas y nos pertenecen a nosotros.
El proceso de crecimiento implica la toma de conciencia de la interacción entre este temperamento y la realidad para transformar mi manera de ser en una manera particular de ser, en una manera individual de ser.
Nos vamos sabiendo diferentes, vamos dejando de parecernos a todos.
Los que tienen más de un hijo saben que cada hijo tiene su propia manera de ser, y que hay un momento en que el chico asume su propia individualidad, sabe lo que significa “yo” y sabe que “yo” es diferente de otros, sabe que al hermano le gusta el caballo de la calesita y a él el helicóptero; que él prefiere viajar del lado de la ventanilla y el hermano elige siempre el lugar del medio. Empieza a discriminarse, en el sentido de separarse y diferenciarse del afuera.
Este ser humano discriminado y separado de los otros se llama individuo, pero no alcanza con ser un individuo para ser una persona.
Ser una persona es más todavía. Casi todos los seres humanos que conozco han llegado a ser individuos, pocos han llegado a ser personas. Para llegar a ser una persona es necesario asistir y padecer un proceso.
El proceso de convertirse en persona, como lo llamaba Carl Rogers, es doloroso; implica ciertas renuncias, ciertas adquisiciones y también mucho trabajo personal.
Para autodepender, voy a tener que pensarme a mí
como el centro de todas las cosas que me pasan.
Del libro:
EL CAMINO DE LA AUTO-DEPENDENCIA
Jorge Bucay